"Ni fácil ni difícil es explicarlo, sería indispensable haberlo visto”, escribió El Día. El
tiempo verbal es apropiado: el partido no fue grabado para la televisión en ciernes. Los
únicos testigos fueron unas 20 mil personas, según la crónica del mismo medio, muchas
de las cuales ya no viven para desafiar el concepto inicial.
Lo que se perdieron la mayoría de los mortales fue un gol de leyenda, el 19 de
septiembre de 1948, cuando Ricardo Roberto Infante, crack irrepetible y artillero
infalible, pasó el pie derecho por detrás de la pierna izquierda para entrarle de lleno a la
pelota, sin pararla, y clavarla en el ángulo izquierdo del arquero Pedro Botazzi, el uno
de Rosario Central. ¿Golazo? Imposible de limitar en un solo adjetivo. Para el score fue
el 3 a 0 final, para la historia una bisagra. Esa tarde, en 57 y 1 por la vigésimo primera
fecha del torneo de Primera División, nació la rabona. Eran días de árbitros ingleses,
con Estudiantes peleando arriba (estaba cuarto, a dos puntos de los líderes
Independiente, Racing y River).
“¿Cómo hizo? ¿Qué hizo? Eso tiene que llamarse de algún modo, ¿Será taquito,
hachita? ¿Será un nudo o serán cuentos? ¡Llámelo gol de Infante, nomás!”, se preguntan
y contestan los personajes de la historieta que acompañaba la crónica central de cada
partido en El Día. El fotógrafo de la misma, tirado en el piso, le pide al goleador “No
mueva las piernas. Esta foto estará en todos los diccionarios”. Y dos hinchas al lado
pretenden: “Tenemos que pedirle al intendente que le ponga el nombre de Infante a la
calle 1”.
Si de árbitros se trata, Miguel Padrón, argentino que dirigió en esa jornada, convalidó el
gol y luego fue a felicitarlo. Lo mismo hizo el batido arquero.
N.N. del fútbol hasta ese entonces, El Gráfico se encargó de identificar la jugada.
Caricaturizó al Beto, vestido de alumno, con el título “El Infante que se hizo la rabona”.
Hoy, a los 83 años, Don Beto ríe. “No fue así, yo ese día no me escapé del colegio”.
Había pasado por las aulas de la 11, frente al Parque Saavedra, su barrio de la infancia,
donde jugaba para Casa Barco. Fino, sutil y certero para definir, de purrete nomás llamó
la atención de Alberto Mocho Viola, half derecho de Los Profesores del 30, y DT de la
Primera en cuatro etapas distintas. “Fue el mejor técnico que tuve”, diría después.
“Me vino a buscar a casa, pensé que mi Viejo (Antonio) me iba a matar. El era fanático
de Gimnasia. Pero no, lo recibió con orgullo. ‘Llévelo Mocho, llévelo’, le dijo”,
recuerda hoy Infante, segundo máximo goleador de la historia de Estudiantes (detrás de
Pelegrina) con 180 tantos en 329 partidos jugados durante quince años, y sexto en la
tabla histórica del fútbol argentino.
Saltó a la Primera del León en 1942, donde jugó diez temporadas seguidas, hasta que
fue a Huracán porque el gobierno peronista intervino el Club y disolvió el equipo.
“Mi padre iba a siempre a la cancha, pero sólo gritaba mis goles. Creo que no alentaba,
es que era un tripero viejo”, repasa este delantero de área que integró muchos de los
equipos más lujosos de la historia pincha. Fue compañero de Pelegrina (“me cansé de
hacer goles de rebote, ya sabía que cuando él se perfilaba para pegarle de zurda, el
arquero no la iba a poder agarrar. Tenía un cañón”); del Loco Gagliardo, Pichón Negri
(“uno de los mejores jugadores que vi en mi vida”), Ogando (“un arquerazo,
fenomenal”); Luis Villa y Alberto Bouché (“los dos eran un lujo”) Fortunato
Desagastizábal, Ongaro y otros grandes de la época dorada del fútbol argentino. Ganó
con Estudiantes la Copa Adrián Escobar, en 1944, y peleó varios campeonatos con ese
equipazo del ’40. Comentario al margen: el Club algún día debería darle el sitial que se
merece a esa formación, injustamente olvidada.
En el 52 marcó el tanto de la victoria 1 a 0 ante España en Barcelona, con la Selección
argentina. E integró el plantel que fue al Mundial de Suecia en 1958.
En Huracán hizo 31 goles en 94 partidos entre 1953 y 1956. Volvió a Estudiantes, hasta
1960. “Había pensado en retirarme, pero (Laureano) Durán, el presidente de Gimnasia,
que me había hecho una gauchada muy grande, me pidió: ‘Beto, no me juega un año.
Cómo no, doctor’, le respondí”. Fueron 16 partidos y 6 goles en 1961 y una de las
mayores alegrías de su Viejo, que lo pudo ver con los colores de sus amores. En total,
439 partidos y 217 goles.
¿Qué recuerda del gol de hachita?, quiso saber Animals! “La pelota me llegó muy
rápida, con mucha fuerza. No me dio tiempo para rematar comúnmente (sic), entonces
hice eso. Ojo, también lo había intentado en otra oportunidad, pero no me había salido.
El balón salió cruzado, entró a la izquierda, por arriba del arquero. Después del partido
me llevaba en andas, no paraban de saludarme…”
La jugada se había iniciado con un furibundo remate de Gagliardo que devolvió el palo
del arco de la calle 57. Como venía, Beto la empalmó con ese engendro de remate. Para
Clarín fue un gol “a lo Pavlova”, célebre bailarina rusa. En su edición del martes 21, en
una producción con Infante de impecable traje y corbata, El Día destacó que fue “una
joya cuyo fulgores resplandecerán en el devenir del tiempo, con brillos permanentes.
¡Mala suerte la de los ausentes!”. Cuanta razón tenía.
Fuente: Revista Animals!
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