La vida no sería vida y el fútbol no sería fútbol sin la gravitación de lo contingente, de
lo casual, de lo azaroso. No configura una excepción, por cierto, el Estudiantes campeón
Metropolitano 1967 y luego campeón de América, campeón Intercontinental, campeón
Interamericano, campeón de todo.
Desandemos el camino apoyados en el diario El Día: el 10 de enero de 1965 informa
que "Victorio Spinetto sería el nuevo DT de Estudiantes", el 12 refiere que Spinetto
estuvo en La Plata y convino un salario de 100 mil pesos mensuales, pero el 13 anoticia
a la grey pincharrata de que el sucesor de Cacho Aldabe es Osvaldo Zubeldía, que el 14
declara que no cree en milagros ("sí en el trabajo"), el 16 firma contrato y el 19 dirige el
primer entrenamiento. ¿Por qué Zubeldía y no Spinetto? Porque aun en abrumadora
minoría el presidente Mariano Mangano batalló por una corazonada: que en ese joven
entrenador juninense, de verba sencilla y apegado al pizarrón, pulsaba el embrión de
una etapa de extraordinaria fecundidad. Gloriosa.
Prosigamos: no llega nadie de la lista de refuerzos originaria. Los arqueros Errea,
Traverso y Toriani, los defensores Mansuetto y Ditro, los volantes Rulli, Pando,
Maidana, Ornad y Borgogno, los delanteros Obberti, Veglio y San Lorenzo.
(Contingencia lateral: el pampeano Rulli, ex Pincha, decide quedarse en Racing y en
Racing hará historia con El Equipo de José).
Llegan, eso sí, Poletti y Manera de Sacachispas, Echecopar de Tráfico Old Boys de
Pergamino, Spadaro de Sarmiento, Tato Medina de Central Tucumán, Santiago de
Independiente, Conigliaro de Chacarita y Bilardo de Deportivo Español. Contingencias
primordiales: Conigliaro está a punto de pasar a Central pero impensadamente el club
rosarino desiste y le deja el camino expedito a Estudiantes. Bilardo está con un pie en
Argentinos pero terminó optando por Estudiantes. ¿Por qué? Porque supone que como
en uno u otro caso se irá el descenso es preferible ponerse a salvo de la hostilidad de sus
vecinos de La Paternal.
Ahora vayamos a 1967 propiamente dicho. La mañana del primer entrenamiento
Zubeldía reúne al plantel y trata de convencerlo de que el equipo está maduro para
ganar el Metropolitano. "Nos mirábamos entre nosotros sin entender demasiado, como
creyendo que Osvaldo se había vuelto loco" (Conigliaro dixit). Entretanto, una mitad de
la hinchada del Pincha se contenta con disfrutar de las delicias de las terceras que arma
Ignomiriello y la otra mitad hostiga a Zubeldía y a unos cuantos jugadores. A Poletti por
excéntrico ("un flaco mal vestido"), a Manera porque "se va al ataque y no vuelve", a
Aguirre Suárez por "animal", a Bilardo por "intrascendente", a Conigliaro por
"atolondrado", a Verón por "miedoso". Para peor Osvaldo ejecuta un par de decisiones
polémicas. Se desprende del Zurdo López a cambio de Ribaudo, lo cual visto a la
distancia, en efecto, tenía toda la cara de una insensatez: López era un 2 o un 5 exquisito
y Ribaudo un wing otoñal con más voluntad que luces. La otra decisión levanta más
polvareda: se deshace del fino y pensante Santiago y le cede la camiseta número 8 a
Bilardo, que había llegado como un delantero veloz y con gol.
Pues bien. Lo contingente (aquello que puede suceder o no suceder) recorre todo ese
Metropolitano y llega a su punto cúlmine en los tres partidos que sellan el título. Un
equipo con poco gol le mete tres a Gimnasia y se gana un lugar en las semifinales.
Contra Platense juega Pachamé de marcador de punta, y la lesión de Barale, amén de
añadirle un ingrediente épico a la remontada del 1-3, permite que Madero se quede con
la cueva hasta el día mismo de su retiro. Hasta entonces Pacha y el Doctor se alternaban
en la función de volante central. Más: Ribaudo, que había jugado poco o nada, es titular
en la final contra Racing y se manda uno de los mejores partidos de su vida. Asistencia
a Verón en el segundo gol y certera definición en el tercero. Y Verón, ya que estamos,
convierte en cada uno de esos tres partidos y muta de miedoso a intocable. Esto es: el
mismo muchacho al que unos pocos días antes Zubeldía exiliaba sobre la franja de la
calle uno, porque los cráneos de la techada lo torturaban urgiéndolo a "meter la patita",
pues ese muchacho deviene en la medida de todas las maravillas, y tanto se lo cree, y
tanto tiene con qué creérselo, que se cuecen a fuego lento sus hechizos coperos.
El colmo de las contingencias, o el colmo de las curiosidades: ese equipo que se quedó
con el primer Metropolitano y entre gesta y gesta asombró en Old Trafford, y fue objeto
de furiosos "Animals!", ese equipo al que más de cuatro bienpensantes sindicaron como
la tumba del buen gusto, ese mismo equipo había promovido, en 1966, la siguiente
reflexión de un periodista de la revista El Gráfico: "Estudiantes abusa del fulbito".
Fuente: Revista Animals!
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