sábado, 16 de octubre de 2010

La intervención del Club

Para las nuevas generaciones quizás suene a bolazo. Algunos, los más atentos a los
cuentos de sus viejos, acaso sepan la historia. Pero incluso entre estos últimos deben ser
muchos los que de todas maneras piensen que el relato es exagerado, que el abuelo hizo
su propia leyenda de los hechos. Y no, es tal cual.
Aunque difícil de creer en los tiempos modernos, el Club Estudiantes de La Plata fue
intervenido por mantener escondidos (de eso fue acusado) unos dos mil libros de "La
Razón de Mi Vida", de Eva Perón.
los hechos que anticiparon la maniobra y los que la sucedieron estuvieron rodeados de
personajes oscuros, de una violencia verbal inentendible, de violencia física, de
atropellos a los derechos más obvios y a la razón más elemental. Hoy, como entonces,
aquel episodio que derivó en el descenso, entre otras consecuencias, es observado como
una persecución política sin ningún justificativo, si es que alguna lo tiene.
Aquella mañana del 18 de junio de 1952 se olía algo raro en el ambiente. Un grupo de
personas se presentaba impetuosamente en la sede del club al grito de: "¡¿Dónde están
los libros?!". Era el delegado platense de la Confederación General del Trabajo, Luis
Felipe Suárez, junto a otros miembros de la Central obrera. Los acompañaba,
extrañamente, un fotógrafo. De manera inmediata se dirigieron hacia donde estaban
apilados aquellos libros en cuestión, los escritos por la esposa del entonces presidente
Perón, Eva Duarte: "La Razón de Mi Vida". Eran en total 2.000 ejemplares, que
presuntamente el gobierno provincial le había otorgado a Estudiantes con el objetivo de
que éste los distribuyera entre socios y entidades sociales de la ciudad; es decir,
utilizaba a esta institución como canal de distribución, como también lo hacía con otras
(Gimnasia y Esgrima, por ejemplo).
Suárez comprobó lo que sabía, lo que le había informado secretamente un empleado del
club. Era esa constatación, esa foto, la que necesitaba para actuar rápidamente. Para
pedirles la renuncia al presidente, el ingeniero César Ferri, y a todos los miembros de la
Comisión Directiva; para de una vez por todas penetrar en esa institución -hasta ese
momento rebelde con la causa- con la doctrina justicialista imperante en el país.
Y a partir de esa constatación se sucedieron los hechos velozmente. Hechos que hoy
podrían escapar a la imaginación, desde un paro general en la ciudad y una
manifestación en repudio de los dirigentes en la plaza San Martín, hasta exigir
violentamente –y conseguir- la renuncia de una Comisión Directiva. Todo sucedió en
una jornada.
Tras la visita a la sede, Luis F. Suárez actuó rápidamente y con todo el poder de
convocatoria y presión que su cargo en la CGT le posibilitaba: decretó un paro total en
La Plata de todos los gremios afiliados y, a través de alto parlantes que recorrieron las
calles durante toda la mañana, convocó a una manifestación en la Plaza San Martín,
recordada por los duros discursos. "Somos hombres de un movimiento social que ha
traspuesto las fronteras, pero al que cerebros atrofiados no quieren reconocer. Son los
que no viven el momento histórico de nuestra Patria… Son los hombres que moran
encastillados en algunos clubes sociales, llevando su existencia al margen del
pensamiento de la gran mayoría del pueblo argentino". Esa fue la introducción de
Suárez, el primer orador en la plaza. Luego acusó a los directivos de haber sacado la
bandera argentina antes del 17 de octubre (el Día de la Lealtad peronista). "Fue así
como ese club estuvo ajeno y se opuso al rito humano que es el Partido Peronista
Femenino, el Masculino y la CGT", sintetizó.
Los diarios platenses El Día y El Argentino informaron que aquel día la Plaza San
Martín rebalsaba de gente. Las fotos publicadas permiten advertir que al menos uno o
dos millares de personas hubo. Aunque no es seguro que haya estado, efectivamente,
colmada. A juzgar por la realidad que intentaban imponer los medios (en su mayoría,
dirigidos directa o indirectamente por el gobierno), la duda es razonable. Pero lo cierto
es que la arenga y las justificaciones de los oradores ante una masa fiel retumbaron más
allá de la plaza. Si las palabras de Suárez hoy llaman la atención, las del diputado Rojas
Durquet no pueden sino asombrar por el tono: "No tenemos nada en contra del club,
sino de los dirigentes… Los trabajadores repudiamos públicamente a los once tarados
mentales que estaban ocultando la voluntad de un pueblo".
Para la CGT el acto del mediodía era el comienzo. Era una demostración de poder, el
necesario para luego exigir renuncias. LA NACION, en aquella época obligado por las
circunstancias (el manejo del Estado de Papel Prensa) a imprimir menos páginas pero
con el suficiente poder como para mantener una posición distante del gobierno del
presidente Juan Domingo Perón, citó a Suárez con su explicación de lo ocurrido más
tarde: que él mismo había exigido la presencia de los directivos de Estudiantes en la
delegación de la Central obrera, para que "explicaran" por qué habían "escondido los
libros", y para que luego renunciaran.
Por la tarde asistieron el presidente, el vice, el secretario y otros. Ellos explicaron que
como no se habían puesto de acuerdo sobre el destino de los libros, los tenían
archivados. Les dijimos que no importaba, que tenían que renunciar porque nadie podía
asumir la responsabilidad por la actitud que tomaría la multitud con el club. A lo que los
dirigentes nos contestaron que sí renunciarían, pero ante Personas Jurídicas, donde
creían que era procedente. Esto no satisfizo a los dirigentes obreros que estaban
decididos a proceder serena pero severamente".
Esta última secuencia acaso sea demostrativa del clima violento, intolerante y anómalo
que se vivía en torno a este caso: los dirigentes, presionados, se habían resignado y
renunciarían, pero pretendían hacerlo por las vías normales, es decir a través de la
Dirección de Personas Jurídicas, al fin y al cabo el órgano facultado para crear,
controlar y disolver los clubes. Y sin embargo, la CGT se erigió de prepo en el idóneo.
Pero el decreto firmado días más tarde por el gobernador Aloé, en sus considerandos,
justifica: "…Que la actitud asumida por la CD importa no sólo un agravio profundo a la
personalidad histórica de la señora Eva Perón, ejemplo de sacrificio, abnegación y amor
por los humildes, sino al mismo tiempo una ofensa inferida a la dignidad de todo el
pueblo… Si todo ello no fuera suficiente para aconsejar la intervención, es un índice
suficiente la apresurada renuncia de todos los miembros de la CD, que en este momento
ha quedado acéfala".
La maniobra completa permite que las palabras legalidad y legitimación se cuelen
naturalmente en cada hecho: ¿hasta qué punto pudo ser legal la irrupción de un grupo de
gremialistas en la sede? ¿Tenía legitimación la CGT para pedir la renuncia de un
gobierno de una asociación civil, subordinada a sus estatutos? ¿La CGT estaba
legitimada por los gobiernos nacional y provincial y con eso bastaba?
El 18 de junio renunciaron seis directivos, entre ellos el presidente Ferri. Luego lo hizo
la CD en su totalidad. Fin de un día agitado. El episodio del libro suscitó una serie de
manifestaciones de repudio. No por la actitud de la CGT sino, contrariamente, por la de
Estudiantes. Al día siguiente, por ejemplo, los diputados nacionales Héctor Cámpora
(décadas más tarde presidente de la Nación), Asquía y Alonso presentaron un proyecto
en la Cámara para declarar que "la maniobra tendiente a sustraer de la circulación el
libro La Razón de Mi Vida, consagrado ya como el libro de la hora de los pueblos,
merece la más enérgica condenación de los representantes del pueblo".
El 23 de junio por fin el Club se viste de peronista. En un acto solemne, con la
concurrencia del intendente de la ciudad, de la plana de la CGT, de funcionarios
provinciales y hasta del presidente de Gimnasia, Carlos Insúa, se cantan la marcha
peronista y el himno nacional, se descubren los retratos de Eva y Juan Perón, y se
procede a la puesta en funciones del gobierno de la intervención, cuyo presidente sería
Mario Sbuscio.
Por entonces la institución padecía una situación económica delicada. No conseguía
recursos; había realizado varios intentos por conseguir un crédito "pero los bancos no se
lo daban porque el gobierno los presionaba para que no se lo diesen", recuerda el
memorioso y agudo Zuleik Campañaro. Al momento de la intervención Estudiantes
mantenía una deuda de cinco meses con el plantel profesional. El nuevo gobierno ponía
esta situación como argumento, y a la vez se planteaba un desafío que pretendía resolver
con la doctrina del partido.
Con el acto de la intervención no terminó la presión del gobierno. El presidente
destituido, César Ferri, era decano de la Facultad de Ingeniería (era agrónomo); el
gobierno lo sacó del puesto y de su cátedra. Con el contador Mario Martínez sucedió lo
mismo, ocupaba una cátedra en la de Ciencias Económicas. No sólo eso, quien años
más tarde fuera vice de Mangano y sucesor de éste, hizo las valijas y se exilió de hecho
en Montevideo por seis meses.
Extraerle a este episodio el contexto sería contraindicado para entender el porqué de
tanta saña. "La Razón de Mi Vida" fue escrito por la primera dama, cuya figura fue y es
venerada. Eva Perón era unícono de masas, y el libro acogía a las clases hasta entonces
excluidas, les hablaba a ellas. Era la doctrina justicialista transcripta en frases que
apuntaban a la captación directa de los humildes. Al momento del episodio de los
ejemplares supuestamente archivados, a Evita ya se le había detectado el cáncer. Los
diarios consignaban los rezos que por la salud de ella ofrecían todo tipo de instituciones.
En esos días, también, se organizó una gigantesca colecta para recaudar fondos para
erigir un enorme monumento de la figura de Eva Perón.
Evidentemente, el libro no era uno más. Era santo como la Biblia. A tal punto que, aun
sin que tuviese recurso didáctico alguno, se convirtió por ley en texto obligatorio para la
enseñanza Primaria para las clases de Lenguaje y Literatura. Tanta importancia había
adquirido que desde la Argentina se acusaba al gobierno de Estados Unidos de haber
boicoteado el ingreso a ese país de miles de ejemplares traducidos al inglés. "…Es algo
más que un libro, es el alma de una noble mujer volcada en páginas de sinceridad y
amor", editorializaba El Día.
Sin embargo, y más allá de que no existen dudas de que el ocultamiento de "La Razón
de Mi Vida" fue un detonante para la intervención política del Club, el trasfondo era
otro. Estudiantes hasta el momento no había sido penetrado por la doctrina peronista ni
por sus personalidades; se había mantenido fuera del alcance; sus Comisiones
Directivas se habían nutrido de hombres de extracción radical, conservadora y
socialista, básicamente. En noviembre del 51 se habían desarrollado elecciones tras la
renuncia de Pedro Osácar, y se había impuesto la lista que lideraba Ferri por sobre la de
Orlando Grecco, precisamente uno de los que luego formaría parte del gobierno de la
intervención. Este fue el prolegómeno de un conjunto de desaciertos voluntarios fatales
para la institución. Si ya la intervención era una mancha para la historia del Club, lo que
el gobierno ilegítimo fabricó fue de una gravedad irremediable. No sólo se trastocó la
identidad de la institución en su esencia y en sus formas (al punto de cambiarle el
nombre junto al de la ciudad), sino que se agravó la crisis económica y se promovió el
descenso.
El episodio traumático del atropello del que Estudiantes fue víctima, es decir la
irrupción en la sede de miembros de la CGT platense, la exigencia de la renuncia de la
Comisión Directiva y la convocatoria en la Plaza San Martín en repudio de las
autoridades del Club, fue apenas el comienzo de una serie de actos que vejaron a la
institución y su libertad.
A partir de entonces el Club sería gobernado por socios, sí, pero cuya participación
estaba justificada por un decreto (el 101 de 1952) del Poder Ejecutivo de la provincia de
Buenos Aires, firmado por el gobernador Carlos Aloé. Como presidente fue designado
Mario Sbuscio; los secretarios, Rafael R. Oteriño y José C. Amerise; tesorero,
Guillermo Tettamanti; protesorero, Juan J. Longo; secretario de prensa, Horacio
Gismondi.
Las primeras acciones del gobierno ilegítimo, cuya asunción se produjo a través de un
acto caracterizado por toda la simbología peronista, tuvieron más que ver con la
rendición de pleitesías que con la gestión en sí. Las visitas de los deportistas a las sedes
gubernamentales se hicieron de rigor, lo mismo que la entrega de los libros “La razón de
mi vida” en la ciudad y adonde el equipo jugase de manera amistosa, como ocurrió en
Tandil en ocasión de un partido jugado en julio. Allí, además, se dejó ver Neil Mc Bain,
el escocés que llegaba para reemplazar a Viola, técnico renunciante y luego perseguido
por el gobierno.
(Por esos días ocurría un hecho en la Provincia que le pone un contexto general a la
situación particular de Estudiantes: el gobernador le pedía a la Legislatura la sanción de
una ley para intervenir el Poder Judicial, lo que sin más trámites ocurrió dada la mayoría
peronista en las Cámaras. La razón: la demora del Fiscal de Estado para efectuar ciertas
expropiaciones. E inmediatamente se aprueba el juicio político al funcionario, que era
nada menos que Arturo Sampay, prestigioso jurista que años antes había elaborado la
Constitución Nacional de 1949, obra ejemplar para muchos de la corriente del
constitucionalismo social y bandera del gobierno del presidente Perón.)
Esas muestras de deber cumplido se multiplicaron a los pocos días, tras el fallecimiento
de Eva Perón. Si la enfermedad de la Primera Dama había sido un elemento decisivo
para que la histeria se volcara en contra de aquellos “traidores” que habían escondido
sus libros, su muerte profundizaría el odio.
El 8 de agosto la Legislatura de la Provincia sancionó la ley que le cambió el nombre a
la ciudad capital: ya no sería La Plata sino ciudad de Eva Perón. Con esa misma lógica
(no justificada jurídicamente) también se modificó el nombre de la institución al de
Estudiantes de Eva Perón.
La situación era algo apremiante en lo deportivo, y peligrosamente en lo económico. El
Club mantenía una deuda con el plantel desde antes de la Intervención, aunque como los
jugadores entendían las razones de la crisis, no la habían hecho exigible. Pero una vez
que el equipo consiguió mantenerse fuera del peligro del descenso, exigió el pago de la
deuda a través de una huelga. El gobierno de la Intervención contraatacó amparándose
en el convenio de futbolistas, cuyo artículo 21 habilitaba a los clubes a sancionar a sus
jugadores en caso de faltar a sus obligaciones, pero no tuvo en cuenta las obligaciones
de la misma institución: “En caso de que el jugador profesional faltase a sus
obligaciones, y según la gravedad de la falta en su aspecto deportivo o en sus efectos
perjudiciales para el club, éste podrá: …b) suspender sin goce de sueldos por 90
días…”.
Así es como frente a Platense, el 8 de noviembre del 52, Estudiantes afrontó el partido
con juveniles de la Tercera y Cuarta: Capossio; Silvero, Borlando; Breccia,
Urriolabeitia, Maceroni; Ruggeri, Duscovich, Reynoso, Caram y Zelada. Perdió 3 a 2 en
57 y 1. Pero la nota característica de esa jornada fueron los volantes que los huelguistas
repartieron en el estadio: a través de ellos buscaban que los socios y simpatizantes
conocieran su versión de los hechos, puesto que los medios (en manos del gobierno o
sometidos a su voluntad), panfletos oficiales, atacaron a la legitimidad del reclamo.
Esta huelga le generó una contradicción al gobierno del Club (y a la doctrina oficial),
pues se vio con la necesidad de atacar a uno de los derechos más defendidos por el
peronismo. Y se justificó por medio de una distinción económica: a partir de ese
momento los jugadores profesionales serían tratados como privilegiados y no como
simples trabajadores. Como siempre, utilizaría a los medios para divulgar su verdad.
Publicaría el monto de los salarios; se erigió en intérprete de los hinchas, y tituló en El
Día (10 de noviembre): “La masa albirroja está en desacuerdo con la actitud de los
huelguistas”. En el artículo editorial atacó: “… Vieron (los hinchas) una absoluta falta
de comprensión y de adhesión a los colores que debieron defender en todo trance”.
En las jornadas siguientes el ataque a los profesionales fue tácito. La Intervención
recurrió a brindarle ribetes heroicos y puros a cada triunfo o actuación digna de los
juveniles, y a casi pasar por alto las duras derrotas (o relativizarlas, como en un 1-5 ante
Banfield: “…Marcador demasiado generoso”). El lunes 12 El Día tituló en tapa:
“Extraordinaria actuación cumplieron ayer los equipistas albirrojos”. En el interior del
diario se leía sobre la derrota 2 a 0 en la Bombonera.
El sentimiento de los juveniles sobre la situación era de solidaridad, aunque el contexto
político hacía impensable que pudiera expresarse. Por eso los planteles de Tercera y
Cuarta le enviaron una nota a Sbuscio en la que afirmaban que era falso que quisieran
apoyar la huelga pero que uno de los profesionales los convenció de no hacerlo para no
sufrir represalias. La nota, claro, fue publicada en los diarios locales.
El acuerdo entre los futbolistas y la Intervención, finalmente, se produjo a través de una
reunión entre Valentín Suárez, presidente de la AFA, Infante, Juan González,
mandatario negociador del plantel, Llamil Simes, secretario general del gremio, y el
asesor legal Carlos Martiarena. Se efectivizó con el depósito en la AFA, el 27 de
noviembre, de 120.000 pesos.
Antes de este pago se había producido acaso la sentencia de la debacle y el descenso.
Habían sido vendidos a Huracán los jugadores pilares del equipo, y en cifras a todas
luces ridículas. Por Infante, el Coronel Tomás Ducó, amigo del presidente Perón y
titular del club de Parque Patricios, pagaba 400.000 pesos; por Pelegrina, 250.000; por
el arquero Ogando, 200.000; por Giosa, 150.000. Como comparación, dos datos: por
esos días, Boca cotizaba al delantero Alfredo Martínez, a préstamo en Gimnasia (en la
B), en 400.000 pesos; y a su vez, le compraba a Independiente tres jugadores de la
Reserva, Navarro, Rolando y Gil, en 1.100.000. Y en el caso de los albirrojos se trataba
de cuatro futbolistas consagrados, y dos de ellos, Infante y Ogando, de Selección. El
Beto, incluso, días más tarde (7 de diciembre) sería el héroe de la victoria ante España
en Madrid, pues marcaba el 1 a 0.
La transferencia se efectivizó con la partida acelerada: ya en diciembre comenzaron a
entrenarse en Huracán. Era el comienzo de la liquidación del plantel.
“Yo no quiero acusar a nadie, pero para mí se trató de un negociado de la Intervención”,
opina en la actualidad Santo Gioffre, quien sucediera a Ogando en el arco y uno de los
huelguistas. “Nos debían diez meses; era lógico. Agremiados nos apoyó”.
La razón esgrimida por el gobierno de entonces fue la del recorte del presupuesto. Pero
no alcanzaba para explicar el porqué de los precios de subasta. Y la liquidación siguió:
se fueron Rodríguez también a Huracán; Violini, Ferretti y Bouche a Independiente;
Lorenzo a Banfield y Pirone, a Ferro. Sólo se quedaron en Estudiantes Antonio y
Garcerón.
Esta movida hoy no puede verse sino como un desguace de inexorable y triste resultado.
Pero tampoco entonces podía advertirse otro desenlace. Y sin embargo, la Intervención
pretendió hacer una apología de su medida: a través de comunicados, que era la forma
de manifestarse, o por los artículos en El Día y El Argentino, se ufanaba de haber
recortado el presupuesto de $1.388.400 a $565.930. “Y ahora el Club tendrá un plantel
muy rejuvenecido, de jugadores de entre 20 y 24 años…”.
Para afrontar el torneo del 53 el gobierno decidió la contratación provisoria de un
extranjero conocido: Neil Mc Bain. “… Es imperiosa la necesidad de corresponder a las
exigencias contenidas en el cabal concepto del profesionalismo, propendiendo
paralelamente al perfeccionamiento técnico, conforme a las directivas enunciadas en su
oportunidad a los deportistas por el presidente Perón”, expresaba el comunicado.
En febrero se produciría el salvataje económico, que para muchos fue la prueba del
hundimiento premeditado anterior. El ministerio de Hacienda le otorgaba a Estudiantes
un crédito hipotecario (la sede fue afectada con la hipoteca) de 1.800.000 pesos
pagaderos en 54 años, con una tasa anual del 4%, a través del Banco Provincia. Ese
mismo crédito, con número de expediente 5416 del 52, es el que había solicitado en los
expedientes 7388 del 47, 10.442 del 48, 10.954 también de ese año, y 5.441 del 51.
Aunque seguramente Osácar y sus sucesores no pretendían tan largo y beneficioso
plazo, todos esos pedidos fueron rechazados oportunamente por los gobiernos
provincial y nacional.
La Intervención lo anunciaría pomposamente a través de la pluma de los diarios locales:
“…Con la íntima satisfacción de quien ve coronado el ingente esfuerzo, realizado
gracias a la inquebrantable fe, el Delegado del Gobierno de la Revolución Justicialista
en el Club Estudiantes de Eva Perón… puede anunciar la obtención del crédito…
Humilde soldado, disciplinado y consciente de esa fuerza redentora que tiene un Jefe,
guía revisionario, que es acción y es realidad, que es verdad positiva y no simple
promesa, el Interventor proclama desde su cargo en el deporte y con relación al deporte
mismo –como lo hizo ya desde otros puestos y con relación a la actividad general del
país- la concreta frase, siempre grata y cierta: Perón cumple” (El Argentino, 26/2/53).
Al gobierno ilegítimo ahora le quedaba atravesar las consecuencias del desguace. Y no
le fue nada bien. El equipo perdió los primeros seis partidos del torneo del 53. “…El
tiempo se encargará de reconocer el mérito de la obra cumplida, por virtud de la cual
Estudiantes ha desembocado en el camino de sus posibilidades, modestas pero
verdaderas. Club con ínfulas millonarias que no pagaba a nadie, ha sido sustituido por
un club sin apremiantes compromisos. Un equipo de cracks condenados al ayuno ha
sido reemplazado por otro cuyo costo está al alcance de la entidad”, justificaba en el
Argentino el columnista Monsieur Perichon (seudónimo), un apologista de la
Intervención.
La previsible crisis futbolística originó presiones de todo tipo sobre el gobierno. Los
testimonios más fieles y creíbles, como el del ex directivo Mario Martínez (hoy
fallecido), permiten asegurar que el cambio se produjo por una gestión del entonces
rector de la Universidad de La Plata, Juan Pascale, quien había asumido a fines del año
anterior. Pascale era amigo del presidente Perón, así como de varios de los dirigentes
albirrojos desterrados.
La solución a la que arribaron fue la de crear una lista única. Socios y ex dirigentes
eligieron a una figura indiscutida: Raúl Caro Betelú, por entonces miembro de la
Suprema Corte de Justicia. El sábado 13 de junio, ante la presencia de 711 socios, fue
designado el nuevo gobierno por la asamblea extraordinaria.
El mal ya estaba hecho. No había posibilidades de que el equipo se repusiera. Tras siete
fechas fue cesanteado Mc Bain, y llegaría Sbarra para dirigirlo. Una serie de triunfos
importantes, como ante Racing, San Lorenzo, Huracán, Independiente y Boca no
alcanzaría para evitar lo irremediable. Nunca consiguió salir de la última posición, y en
la penúltima fecha (29na), perdió virtualmente la categoría, puesto que en la última
debía descontarle a Newell’s una diferencia de dos puntos y 11 goles (le ganó a
Chacarita 6-1 y la achicó a siete).
(Un mes antes del descenso, luego de un triunfo ante Boca, al borde del paroxismo, El
Argentino le contestaba a lo que consideraba una campaña de descrédito contra el
entonces extinto gobierno de Sbuscio: “La Intervención ya no está, pero es su obra la
que quedará para siempre señalada como el comienzo de una nueva era del fútbol
profesional, que se inició a la sombra de un proceso deportivo revolucionario,
concebido con audacia, mantenido con fe y serena energía”.)
1954 sería el año de la resurrección deportiva. Con la dirección de Mario Fortunato, el
regreso de algunos valores de experiencia, como Pelegrina, más el aporte de los nuevos
(Grioffre, Silvero, Ruggeri…), y el de los ya conocidos (Antonio, Garcerón),
Estudiantes se consagraría campeón de la B. Faltaban tres fechas para el final cuando
pasó a Colón, y ya no largaría la punta. Se despidió con un 8 a 1 sobre Chicago y festejó
en La Plata más tarde.
El gobierno de Caro Betelú, respetado y reconocido por los que antes habían sido
expulsados ilegítimamente por la CGT, continuó con su tarea de manera eficiente,
repuso a las otras disciplinas deportivas y consiguió que los socios volvieran a la
institución. Y fue reelecto. Sin embargo, tras el golpe de facto al gobierno de Perón, en
septiembre del 55, Caro Betelú decidió renunciar y, así, darles paso a los anteriormente
despojados de sus funciones.
El 19 de octubre una nueva asamblea extraordinaria designó a César Ferri como
presidente. Si bien el país vivía una situación anticonstitucional, al menos Estudiantes
se entregaba a sus estatutos.

Fuente: Revista Animals!

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