“Estudiantes mata, el problema es que esta es nuestra primera experiencia en la Copa”,
decía cauteloso Osvaldo Juan Zubeldía en la tarde del 26 de enero de 1968, un día antes
del debut absoluto de Estudiantes, su equipo, en la Libertadores.
El campeón del Metropolitano 1967 había obtenido la clasificación en el memorable
subcampeonato invicto del reciente torneo Nacional. Independiente, vencedor de ese
certamen, era el otro representante argentino en la primera fase. El Racing de José
Pizzutti, último ganador de la Libertadores, recién se sumaría en las semifinales. Boca y
River, seguirían a Muñoz por radio.
En la calma de City Bell, un directivo le confesaba al diario La Prensa: “Nuestra
participación se adelantó un año, pensábamos jugar la Copa en 1969”.
Estudiantes integraba la Zona I con el Rojo, y los colombianos Deportivo Cali y
Millonarios. El primer match, tan emotivo como accidentado, fue en Avellaneda con el
arbitraje de Angel Coerezza. Los bravos de Zubeldía se impusieron por 4 a 2. Hubo de
todo: desde jugadas mal intencionadas hasta piñas y el saldo casi lógico de cuatro
expulsados (Verón y Conigliaro en Estudiantes y Acevedo y Urrizmendi en
Independiente).
El partido tuvo “una desagradable sucesión de errores” (La Prensa); “Estudiantes salió
con el claro objetivo de enturbiar el juego” y en el segundo tiempo “se mostró más
ofensivo”. Más allá de las innumerables polémicas, el León fue el justo ganador. Hizo
gala de su excelente preparación física, acondicionada hasta el milímetro por el profesor
Kistenmacher en extensa pretemporada en Necochea, y no perdonó cada vez que pudo
marcar (Echecopar, Ribaudo -2- y Verón).
El tucumano Aguirre Suárez se vio entreverado en la trifulca del segundo tiempo.
“Cuando entró Urrizmendi (por Murúa) me vino a provocar. Me preguntó si yo era el
capo del equipo”. Le pegó una trompada y Coerezza lo echó.
El partido fue un punto de inflexión. El Rojo era un equipazo: tenía a De la Mata,
Bernao, Artime y Tarabini, entre otros. Estudiantes lo superó con claridad.
Los de Zubeldía pasaron fácil esta primera ronda: ganaron todos los partidos, incluso el
de vuelta con Independiente, y sólo empataron con Millonarios de Colombia. Así,
clasificaron a la segunda fase (Grupo II) junto a los rojos y Universitario de Perú, una
instancia previa a las semifinales.
Cuando en Lima perdió 1 a 0 (gol de Lobatón), parecía que todo se derrumbaba, pero
concatenó tres triunfos al hilo (incluidos los dos encuentros con Independiente) y fue el
único clasificado. En el otro grupo, pasaron Peñarol y Palmeiras.
Las semifinales con Racing, como toda la Copa en sí, fueron de antología. Inolvidables.
En Avellaneda fue derrota 2-0 (Maschio y Perfumo), pero en La Plata se impuso por 3 a
0 (Verón -2- y Fucceneco). Fue en el famoso día de las supuestas alfileres de Bilardo a
Perfumo, una de las grandes leyendas del fútbol argentino. En la edición anterior,
entrevistado por Animals!, el Mariscal, hombre de códigos si los hay, prefirió no hablar
del tema: “Ese es un gran mito”, aseguró.
Como la diferencia de gol tenía una importancia relativa en ese entonces, se jugó un
tercer partido en cancha de River. Fue el 27 de abril. Ese día se produjo una de las
grandes injusticias de nuestro fútbol: no quedó grabada para la posteridad la impactante
chilena de Verón para clavar el 1 a 0 en tiempo suplementario. Si bien el Chango
Cárdenas empató cuando el partido se moría, el León se clasificó finalista porque en el
resultado global marcó un tanto más.
Parecía un cuento de hadas, hecho inédito hasta el momento, un equipo de los
considerados chicos subía hasta la cúspide del fútbol continental. Para la gloria eterna,
quedaba un paso más, quizás el más difícil, la final ante la impredecible Palmeiras
dirigido por el argentino, Alfredo González, que había puesto de rodillas al mismísimo
Peñarol con sucesivas victorias (1-0 en San Pablo y 2-1 en Uruguay).
El primer partido definitorio se jugó el 2 de mayo en 57 y 1, con graderías desbordadas
y un número en boletería de difícil parangón actual: 12.140.200 pesos.
El verde paulista tenía figuras de primer nivel y una disposición táctica que le movió la
estantería a Estudiantes. Una rareza para Zubeldía: lo llegó a descolocar. Jugaba con un
4-2-4, con dos delanteros centro, Servillo y la pesadilla de Tupazinho, más Suingue y
Rinaldo, que llegaban como loco por afuera. Para colmo, los centrales Baldochi y
Osmar parecían integrantes de los Globertroters, negros, altísimos y duros.
Estudiantes arrancó nervioso. En el primer tiempo el visitante ya ganaba 1 a 0, por un
gol de Servillo tras un pase de Suingue. El línea chileno Claudio Vicuña levantó al
bandera, pero el uruguayo Esteban Marino hizo caso omiso y convalidó la conquista.
Era off side, así lo demostró la foto precisa de El Gráfico, a escasez de telebeam.
Bien parado atrás, Palmeiras se defendía con uñas y dientes, y cuando podía metía una
contra. “Se acercaba el final y Estudiantes pugnaba sin desmayos por el empate” (La
Prensa). Su extraordinario fervor futbolístico, era insuficiente, hasta que Verón hizo el
gol de todos los tiempos y consumó la segunda gran injusticia copera: nunca más nadie
lo pudo ver por televisión. No queda registro alguno, salvo fotos, de esa perla sólo
comparable con el tanto de Maradona a los ingleses. También la Bruja zurda arrancó
desde la derecha, parado de ocho, cerca del banderín de la mitad de la cancha. Se
arqueó, se hamacó y en un conjuro de habilidad, velocidad y destreza sin igual se abrió
camino entre los recios Ferrari (el capitán), Adhemir y Osmar. Clavó el 1 a 1 en el arco
del Industrial. Iban 39 del segundo tiempo.
Ahí Estudiantes comenzó a cincelar su mística copera que atravesó el tiempo, cuando a
dos minutos del pitazo, Flores puso el 2 a 1. Había corajeado Pachamé por la izquierda,
con un centro-tiro al arco a ras del piso, que Conigliaro dejó pasar y el Bocha la metió
por el otro lado.
Se formó una caravana de 13 cuadras de autos en la avenida 7 para festejar. “Fue una
noche para la historia”, coincidieron los diarios de la época.
Pero todavía no estaban jugadas todas las cartas. La revancha, pautada para cinco días
después, en el Pacaembú de San Pablo era la última valla a saltar.
Decía Don Osvaldo, ya instalado en San Pablo, antes del partido: “Palmeiras es el
equipo más correcto que hayamos enfrentado hasta hoy”. Y Carlos Rodríguez Duval,
quien sigue deleitando con su pluma en el diario deportivo Olé, recordaba como enviado
especial de La Prensa a Brasil: “Hace 16 años, Zubeldía jugó aquí una gira invicta con
Vélez”.
El técnico tenía una duda, incluir o no a Togneri para controlar a Dudú, uno de los
motores del equipo, de gran partido en 57 y 1. Finalmente lo dejó en el banco (¿habrá
tomado cuenta de este hecho, cuando en la final con Manchester lo puso para hacerle
sombra a Bobby Charlton?). Además, cambió gran parte del sistema defensivo. Se cree
que fue por sugerencia de los jugadores. Flores fue encima de Dudú, Bilardo sobre
Adhemir Da Guía y Pachamé hizo las veces de líbero adelantado, sobre los cuatro del
fondo, con las bajas de los monolíticos tucumanos, Aguirre Suárez y Medina.
Estudiantes fue claramente superado, ante la desazón de los 4 mil hinchas (según
crónicas de la época) que viajaron hasta el Pacaembú, colmado ese día con unas 50 mil
personas.
Poletti se quedó parado ante un balazo de Tupazinho (tiro libre gol) y cuando Verón
empató a los 36 del primer tiempo (luego de un centro de Conigliaro), no lo merecía. Ya
le habían anulado una conquista a Servillo por posición adelantada, y sólo Madero
trataba de poner un poco de orden.
A tres minutos del final del primer tiempo, Tupazinho sacó provecho de un error de
Spadaro y adelantó al Palmeiras. “A Estudiantes se lo vio amilanado, nervioso y
trabado”, reflejaron las crónicas periodísticas.
En el complemento entró Togneri por el Bocha, en un cambio que llamó la atención,
porque Estudiantes necesitaba empatar. Rinaldo tuvo dos penales: el primero lo erró y el
segundo lo mandó a guardar.
“Cometimos errores garrafales. Con la vuelta de Aguirre Suárez y Medina será distinto.
Perdimos una batalla, pero no la guerra”, admitió y arengó Zubeldía.
En 7 y 50, donde se escuchó el relato por altavoces, hubo incidentes reportados en la
Comisaría Primera por “hinchas de Gimnasia que gritaban por el Palmeiras”, aún puede
leerse en La Prensa.
No había tiempo para lamentos. El presidente Mariano Mangano se movió rápido para
que primara la intención de Estudiantes de definir en Montevideo. Palmeiras quería
jugar en Chile, y otra posibilidad era Lima. El presidente de la Confederación
Sudamericana, Teófilo Salinas, se inclinó por Uruguay.
Estudiantes debía ganar para alzarse con la Copa. A igualdad en los 90 iniciales, se
jugarían dos tiempos suplementarios de 15 cada uno. De persistir el empate, Palmeiras
se coronaría campeón por mejor diferencia de gol en el resultado global (4 a 3). No
existía la definición por penales. Zubeldía lo sabía. Por eso, el sábado 11 el plantel
aterrizó en Montevideo. Se instaló en Los Pocitos, para planificar el choque del jueves
16. Palmeiras era favorito.
En La Plata ya se gestaba la movilización. Viajaron entre 25 mil y 30 mil hinchas a
Montevideo. Hasta el pitazo inicial del peruano César Orozco estaba la duda sobre a
quién apoyarían los uruguayos. Finalmente, se inclinaron por Estudiantes.
Don Osvaldo utilizó la disposición habitual de 4-3-3, pero para contrarrestar el
indescifrable 4-2-4, metió mano en el equipo. Aguirre Suárez y Medina adentro,
Spadaro y Fucceneco afuera. Ribaudo, con anginas, en duda hasta último momento. La
alternativa era Lavezzi. “Tengo que jugar sí o sí, el 16 mi hija cumple 3 años y le
prometí un gol y una muñeca”, decía Felipe.
Cacho Malbernat debía encimar a Rinaldo, Medina sobre Suingue y Pacha más
retrasado arriba de Servillo. Flores seguiría a Dudú. Bilardo, responsable de marcar a
Adhemir Da Guia, estaba exhausto por el trajín de partidos. El mismo lo reconoció un
día antes del encuentro decisivo. “Acabo de ver la película del choque en San Pablo, y
Adhemir sólo tuvo siete intervenciones: dos para tomar un saque lateral, otra para patear
desde lejos al arco luego de un rechazo mío; una vez quedó en off side y dio tres pases
cortos en la mitad de la cancha. Creo que no es tan importante”, declaró el Narigón,
obsesivo de antaño.
La última práctica, del miércoles, se centró en definiciones de cara al arco y terminó con
un partido informal con pelota de rugby.
Hasta último momento, la realización del partido estuvo en duda por un paro de los
empleados telefónicos uruguayos, que hizo peligrar todas las transmisiones
periodísticas.
Pero la pelota rodó y Estudiantes escribió su segunda página de gloria en 63 años de
historia. Su triunfo fue inobjetable, clarísimo. Ribaudo cumplió con su hija y con un
zurdazo clavó el 1 a 0 a los 15 minutos del primer tiempo. Poletti volvió a ser la figura
de siempre, Dudú fue bien controlado. Tupazinho no pudo hacer de las suyas y Medina
se calzó el traje de héroe cuando cortó un ataque y lo dejó solo a Verón, cara a cara con
Waldir. Fue el 2 a 0 final, a los 37 del primer tiempo. En el complemento pudo hacer
más goles, incluso Conigliaro estrelló un remate en el travesaño.
“Este es el triunfo de la fe, el triunfo del trabajo”, resumió sereno Don Osvaldo en el
vestuario. Fue uno de los primeros hitos del León de América.
Fuente: Revista Animals!
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