lunes, 18 de octubre de 2010

El 4 a 3 a Platense

-Dijo La Prensa: “Fue notable la reacción de Estudiantes de La Plata, que perdía por 3 a
1 jugando con 10 hombres. Desniveló un partido en circunstancias tan desfavorables
derrochando fervor y entusiasmo. (…) El triunfo de Estudiantes no admite reparos,
seguramente será recordado por los aficionados por su ritmo y calidad”.
-Destacó La Nación: “Fue toda una proeza. Una lucha intensa que sólo cesó cuando el
cansancio y la nerviosidad minaron los músculos del perdedor, un score, que con sus
alternativas, puso una nota inusitada en el espectáculo y la levantada de un equipo que
se iriguió (sic) victorioso a despecho de su inferioridad numérica, jerarquizando la
primera de las semifinales del campeonato metropolitano de fútbol y certificando que no
en vano Estudiantes y Platense habían ganado tamaño derecho.” (…) “El vencedor
supo, ante la adversidad, armarse de paciencia para explotar los errores de su adversario,
que se desesperó hasta olvidar por completo todos los caminos al gol”.
-Reflexionó La Razón, en primera persona: “Todos estábamos emocionados y con la
piel de gallina… La enloquecida tribuna de Estudiantes seguía vociferando su sueño
hecho realidad, los hinchas de Platense se quedaron para aplaudir a los 22 jugadores, los
protagonistas ya estaban en los vestuarios, y nosotros queríamos grabar en nuestras
retinas esa fiesta de vigor, de destreza, de fútbol, de entereza, de emociones pocas veces
vista. Para recordar la intensidad y dramatismo de esos noventa minutos deberíamos
escarbar profundamente en nuestra memoria y quizás encontraríamos pocos paralelos.
El fútbol de 1967, realizado por dos equipos ‘chicos’, con el espíritu del fútbol de todos
los tiempos, nos obligó a pensar en la injusticia de un ausentismo de público que sigue
apoyándose en las ‘vedettes’, aunque éstas no respondan casi nunca a ese fervor popular
volcado tras ella”.
-Escribió José María Suárez en el diario El Día, bajo el título “Bien de hombres”: “La
calle Florida –a dos cuadras del hotel- ve pasar con asombro –entiendo que por primera
vez- a unos muchachos cantando ‘Pincharratas, los guapos de La Plata’. Son los que
hicieron la promesa de retornar a pie a nuestra ciudad si Estudiantes ganaba. Deben
estar llegando a la sede. No son locos, es buena gente. Entre ellos va uno de Gimnasia.
Créalo, yo lo conozco”.
Estas letras llenaron de tinta las páginas hoy amarillentas y crujientes de los diarios del
viernes 4 y sábado 5 de agosto de 1967. El jueves 3 Estudiantes había ganado el partido
más importante de su historia, en una noche épica e inigualable en la Bombonera ante el
Platense de Labruna por 4 a 3.
Se le han colocado a ese encuentro calificativos del más diverso calibre e impacto. No
es para menos, ya pasaron 40 años. Y con el derrotero del tiempo, se sabe, la leyenda se
agiganta. Comentario al margen: ninguno es exagerado.
No sabían los periodistas que ese día fueron a La Boca lo que vendría después. Por eso
nadie se animó a escribirlo. Con los resultados en la mano, con una mayor cosmovisión,
alejada de la inmediatez, hoy nadie puede dudar de que ese match fue la bisagra del
Club. Hasta los de Platense así lo entienden, basta con echarle un vistazo a varios de sus
sitios partidarios, para darse cuenta de la magnitud que tuvo esa semifinal. Y de la
herida que es difícil de cerrar. Para colmo, el marrón de Vicente López nunca tuvo
revancha.
Antes de repasar la crónica de aquel partido, transmitido de generación en generación,
pero con detalles que a veces se pierden en el camino, son necesarias algunas
consideraciones muchas veces desatendidas.
Estudiantes se había clasificado segundo, pero con los mismos puntos (29), detrás de
Racing en la zona A del campeonato. Y Platense primero en la B, con 28, delante de
Independiente.
Había que definir en cancha neutral, a cara de perro en un solo partido el pasaje a la
final. Estudiantes, hasta ahora sin títulos, con el recuerdo de Los Profesores y de aquel
equipo de los ’40, ya había sorprendido en la fase inicial con su juego sólido, efectivo y
por momentos lujoso. Gran parte de la prensa de aquellos días así lo destacaban. Era un
equipo simpático, por decirlo de alguna manera, al igual que Platense.
Manera, lesionado, era baja. El martes 1º Estudiantes había ganado 3 a 0 el clásico y las
piernas ya tenían su huella. ¿Cómo es eso de que no se puede jugar dos veces por
semana? Anote otro dato para considerar: la pelota, medias y botines eran más pesados
que ahora, y no existía ninguno de los suplementos vitamínicos actuales.
A jugar entonces. Madero de cinco clásico y Henry Barale, esa noche capitán, en la
cueva con Aguirre Suárez, Malbernat en lugar de Manera y Pachamé de tres. Recién se
estaban acomodando cuando Conigliaro metió la cabeza para abrir el marcador. Pero
Lavezzi, en contra furibunda, y Bulla, tras una exquisita maniobra individual, dieron
vuelta el score. Se venía la noche para el bravío León de Zubeldía: Barale, lesionado en
la pierna derecha, dejaba el campo de juego. Unos menos porque no había cambios. Fue
parejo hasta el entretiempo, incluso Verón pudo empatar cuando se lo perdió sólo frente
al arquero a los 41’.
Nuevamente Bulla, pero esta vez en una acción colectiva, puso el 3 a 1 en los albores
del segundo tiempo. La suerte parecía sellada. ¿Quién iba a jugarle un peso, en ese
momento, a Estudiantes? Sólo un loco. Pero no estaba para Romero la Bruja Verón
cuando voló de palomita para acortar distancia, a los 9. Seis minutos más tarde
comenzaba a escribirse el milagro. Bilardo empató de zurda (golazo) tras una pared con
Conigliaro en el arco del Riachuelo, donde estaba la gente de Estudiantes. “No hay
dudas, era una tarde de milagros”, remarcó El Gráfico en la edición de esa semana.
Obvio: Bilardo no era ducho en el arte de inflar redes enemigas, y menos de esa manera.
A los 18’ el hecho más polémico. “El arquero Hurt detuvo una pelota sin ningún
peligro. Cuando se disponía a jugarla, fue molestado lícitamente por Bilardo, y el
arquero de Platense no encontró mejor recurso que aplicarle un puntapié. El árbitro
(Coerezza) se encontraba a sólo 2 metros del lugar de la infracción, por lo que no dudó
en sancionar el correspondiente penal”, valoró La Prensa.
Distinta fue la opinión de La Nación de esa jugada que pasó a la historia. (…) “Acaso lo
único que desentonó sea la forma en que se sustanció el gol de la victoria: un tiro penal
provocado por la reacción de Hurt ante una carga de Bilardo”.
Para La Razón, “fue un penal infantil, que hasta pudo merecer la expulsión del
arquero”.
Madero, frialdad pura, se hizo cargo con un tiro a la izquierda de Hurt, quien fue hacia
el costado opuesto. Poletti y Pachamé también tuvieron mucho que ver en esta hazaña.
El arquero, en una corrida sensacional salió casi 40 metros para taparle el gol a Medina;
Pacha salvó sobre la línea con el arco libre cuando estaba 1-3 y el uno le sacó un remate
a quemarropa a Muggione.
Fue heroico también el aguante. “Aguirre Suárez se batió contra sus rivales en un
llamativo espíritu de lucha”, destacan los mismos diarios, que dieron como figuras a
Pachamé, Madero, Malbernat, Echecopar y Bilardo.
Fue un partido para la historia, el partido que cambió la historia.

Fuente: Revista Animals!

No hay comentarios:

Publicar un comentario