Por VICTOR HUGO MORALES (17.12.2006 - 05:18)
El hombre de la Diagonal caminó en triángulo, hacia ninguna parte, ese 17 de setiembre, después de la derrota ante Central. El negro Wanchope todavía le gritaba el gol en su cara, mientras él empezaba a enrollar su bandera con el cansino pesimismo de los últimos 23 años. Novenos, quedaron, y en eso iba pensando, penando, sobre pasos lentos y reproches viejos. ¿Cómo podía imaginar, que ese mismo día estaba iniciándose la mayor hazaña de Estudiantes de La Plata, que empezaba la semana siguiente la más espléndida de las primaveras, que suyos serían el verano y estas ganas de vivir? El año loco de Simeone, despidiendo su vida de jugador justamente ante Estudiantes para dirigir a Racing y el de Juan Sebastián Verón, que venía de ganar en el primer semestre la Liga y la Copa de Italia, se dieron la mano y el corazón en el momento justo de sus vidas, y crecieron desde el pie, el fútbol, la convicción, la fortaleza moral de los pincharratas. Aquel gol del costarricense sería el penúltimo dolor del campeonato, hasta el grito doblemente hiriente de Choy González cuando, otra vez, las, ilusiones parecieron astillarse definitivamente. Todo lo que vino fue una sucesión de victorias encadenadas, derribando cuanto se le cruzó en el camino hasta romper la tremenda paternidad de Boca, al que no le ganó durante diez años, como esperando una ocasión que mereciese la pena: esta final, que ya es la más elocuente de las fotos de la grandeza de Estudiantes. Independiente, San Lorenzo, Vélez, River y Racing, afirmaron el prestigio de su inédito viaje, pero fue ante Newell´s, memorable triunfo, cuando se instaló la sospecha de que algo fuera de lo común, de lo previsible, podía sucederle al fútbol argentino. Acrecentada en el mano a mano con River que definió jugando su partido más perfecto. El genio de Verón, el espíritu de Braña, las habilidades de Sosa y de Benítez, la dupla goleadora de Calderón y Pavone que nunca le había metido un gol Boca pero también los goles de oro del Flaco Alayes y de los demás, elevaron a Estudiantes hasta un podio que ya era hazaña, aun si no ganaba el torneo: ningún campeón de los últimos diez años había sumado tantos puntos. El personaje de la nota, uno entre miles que pueden hacerla suya, vivía ya de recuerdos. Era un muchacho cuando le empataron con siete al Gremio, se puso de novio en el 86, y se casó en el 89. Entregó a la causa dos hijos que hoy tienen 15 y 10 años, y siente desde siempre la mirada de los pibes a los que les había prometido las nuevas hazañas de Estudiantes. “Basta del cabezazo del Tata”, le dijo el mayor dos días después del gol de Wanchope. Y de que fuimos campeones del mundo gracias a Estudiantes. Quiero verlo ganar, no cuentos, dijo el mocoso, y ahí nomás nuestro personaje lo sacudió con un: “Ingrato... qué me decís de los siete goles a los triperos?”. La mitad de la vida, un poco más, ya estaba en deuda, con los intereses que cobran esos cargosos que cuando quieren te hacen sentir la culpa de que fue por vos que se hicieron fanáticos del Pincha. Si el abuelo es de La Plata y siempre fue de Independiente !Qué tanto! El miércoles, en la caravana de la gloria, se ocupó de manejar bien, porque la gente se pone loca. Algún bocinazo, nada más. Los dejo hacer a ellos...Si al campeonato lo quería por ellos, si yo ya estaba hecho, yo vi lo del 83, ¡qué me vienen a mí, con qué me van a venir. Los dejo sacar medio cuerpo del auto, la bandera al viento y esas ganas tremendas de entrar a La Plata “pa que sufran los que miran...” A veces, el fútbol, el maravilloso juego que hace posible que con dos mangos se pueda armar una historia ejemplar, ayuda a sentirse más papá que nunca. Por eso, ahora, el hombre de la Diagonal, mira la recta de sesenta kilómetros que lo lleva a su casa desde la cancha de Vélez, y quiere que el viaje no se termine nunca. Sabe adonde va; hoy, que es 13 de diciembre, una de esas fechas que son para toda la vida, aunque haya que esperar nietos para ganar otro campeonato. Pone los goles del relator al que le contó su pequeña historia. Los chiquilines los gritan: él los llora, manso, que la vida va. Va sublime en el tiro principesco de Sosa, va de prepo, va de guapo en el cabezazo de Pavone. En la pegada de Verón, las corridas de Angeleri y de Pablo Alvarez. Se queda en las manos de Andújar, en un rechazo del sarmientino Fernando Ortiz. ¿Y... qué me dicen ahora? ¿Acaso mentía, papá?.
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