Donde había barro, césped. Donde había hondonadas, llanura. Donde había ciclismo,
fútbol. Donde había dudas, certezas. Donde no había nada, algo tangible. Y luego
inmanente, perdurable e inexplicable.
No fueron los ladrillos, apilados con orden y sentido común, ni los arcos, primero de
madera sin tornear y luego de caño, ni siquiera los tablones, que movían sin moverse,
los que llenaron ese vacío cenagoso en terrenos de los Iraola. Fue la gloria eterna o la
mística trascendente, acaso ambas conjugadas o causa-consecuencia una de otra, las que
transformaron al Estadio de Estudiantes en un templo del fútbol. Este mes, esas tímidas
y serpenteantes líneas marcadas a mano por los propios dirigentes en sus albores y
luego entrañable armazón de hierro, madera y hormigón, cumplieron un siglo de vida.
Para ser objetivos: 57 y 1 se inauguró el 25 de diciembre de 1907, pero sin tribunas ni
alambrado. Luego, tuvo la primera platea techada del país y un sistema lumínico de
excepción para la época.
En el Estadio, ese que no se ve, pero que sigue estando. De hecho, así fue concebido: ni
siquiera con alambrado, mucho menos con tribunas.
Estudiantes no nació en 1907, pero sí su segundo campo de juego. Hay que remontarse
en el tiempo y abstraerse de tanta tecnología para tomar consciencia de cómo eran
aquellos días. La Plata tenía los grandes edificios públicos terminados, pero casi no
había casas. Dardo Rocha tuvo que importar viviendas de madera, las mismas que se
usaron en EE.UU. en la expansión al Oeste, para cobijar a los primeros moradores, en
su gran mayoría obreros (muchos de ellos también importados) y empleados públicos
que obligados por un decreto del mismo fundador, tuvieron que mudar su residencia de
Buenos Aires a la nueva capital para no perder el trabajo. Imagínese: ni Rocha vivía
acá.
La avenida 1, para entonces la principal de la ciudad, sobresalía por una fastuosa arcada
en el ingreso al Paseo del Bosque. Los inmigrantes que desembarcaban del Puerto
pensaban que era el ingreso a La Plata. En las calles casi no había árboles y en 57 y 1
funcionaba un velódromo, a metros del tranvía que llegaba por 54.
Con apenas meses de vida, los fundadores de Estudiantes y un grupo de amigos le
daban a la de tientos en partidos de hacha y tiza en 19 y 51. Félix Tettamanti (su familia
era la dueña de una empresa de tranvías) había donado esos terrenos, que estaban
pegados a la estación de ferrocarriles “La Clementina”. Obvio: no había nada y aunque
parezca increíble este lugar era casi un suburbio de la ciudad. Así, cada vez que
terminaban un partido tenían que levantar todo, hasta los arcos. No se crea que la
inseguridad es patrimonio del siglo XXI.
El debut de Estudiantes en esa cancha fue ante Nacional Juniors, con victoria 2 a 0
gracias a conquistas de Horacio Tolosa y Raúl Sussini (los jugadores se habían
cambiado en los galpones del ferrocarril). Esta también fue el escenario de una batahola
de consideración, cuando enfrentó a un combinado de la Liga platense. Los
protagonistas se pegaron de lo lindo, hasta que a los 30 minutos del primer tiempo se
suspendió lo que se daba.
Nazario Roberts, quien puso en marcha el más ambicioso plan de forestación de la
ciudad, fue elegido presidente e inmediatamente orientó la brújula para armar una
cancha presentable. El Gobierno de la Provincia cedió las tierras que formaban parte del
Bosque, otrora propiedad de los hacendados Iraola, y se arremangaron hasta los
caballeros más almidonados para trabajar. Rellenaron, emparejaron y construyeron una
casilla a dos aguas, la primera edificación que tuvo el predio. También contrataron a una
cuadrilla de 12 peones, a 2,20 pesos la sudorosa labor.
El 25 de diciembre de 1907 se inauguró la finalmente la cancha con una ceremonia
social. Ese día no hubo fútbol. El 4 de marzo de 1908 el Club se afilió a la Federación
Argentina de Football (también existía la Asociación, donde jugaba Gimnasia). Tres
días más tarde la CD adoptó el uniforme: blusa roja con una franja blanca vertical y
pantalón negro. Posteriormente, aceptó más bastones y más angostos.
El primer partido en 57 y 1 tuvo dos curiosidades. Fue ante La Plata Fútbol Club
(victoria por 2 a 1) y por primera vez se cobró entrada, a 10 centavos cada una. Los
socios, alrededor de 1.000, entraron gratis con una tarjeta de tela que confeccionó la
imprenta Sesé y Larrañaga.
En 1912, mientras el equipo peleaba el campeonato de Primera, se terminó de construir
la tribuna con techo, la primera de su tipo en el país.
Y así siguieron los avances. Durante la presidencia de Jorge Hirschi, entre 1927 y 1932,
se colocó el alambrado olímipico, se embaldosó el predio, se construyó la pileta y el
restorán estilo Tudor. Ya en 1937 se incorporaron las cinco torres de iluminación,
consideradas un avance de magnitud para la época. En 1943 se anexaron más plateas a
la techada de estructura madera, la cual pereció por completo ante las llamas el 2 de
octubre de 1960. Ese año comenzó a tomar forma la nueva techada, de hormigón. El 8
de agosto de 1970 el Estadio fue bautizado como “Jorge Hirschi”, quien también fue
jugador del Club, integrante del primer equipo que ganó el título en 1913.
Contra lo que cree la mayoría, en 57 y 1 Estudiantes dio una vuelta olímpica luego de
ganar un partido definitorio: fue cuando venció a Nacional de Montevideo en la segunda
final de la Libertadores, en 1969. La historia reciente es la más divulgada.
Entre julio y agosto de 2007 las tribunas de arqueados tablones y la platea oficial fueron
derribadas por completo. El 4 de agosto de 2008 se retomaron las obras para formar la
nueva casa de Estudiantes. Aunque el halo del Estadio sigue en pie.
Fuente: Revista A!
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