14.12.2010
La primera gran cita con la gloria fue en 1967, cuando el Estudiantes de Zubeldía derrotó a Racing -aquel poderoso equipo de José- en la final jugada en la vieja cancha de San Lorenzo, para conquistar el torneo Metropolitano, sumándose así al grupo exclusivo de equipos grandes que venían monopolizando torneos desde 1931.
Pero además, en esa jornada, el Pincha comenzó a enhebrar una decena de títulos en base siempre a un juego estratégico y aguerrido, pleno de mística y, a la vez, como obligado casi siempre a superar dificultades, al punto de que nueve finales de esos campeonatos las ganó en condición de visitante.
Hace más de 40 años tres personas -Zubeldía, Kistenmacher e Ignomiriello- le habían marcado un rumbo difícil a Estudiantes. Esa dirección se ajustaba a un antiguo aforismo latino: “Ad augusta per angusta”, que traducido significa “a lo grande por lo estrecho”. Se llega a lo más alto por el camino más difícil. El equipo estaba solo en esa empresa, entre pizarrones abstractos y el intenso trabajo físico en el Country.
Esos fueron los pasos inaugurales de aquel Estudiantes moderno, sacrificado, estratégico, incomprensible para casi todos. El Estudiantes del “antifútbol” que pocos años después se coronaría campeón mundial en Manchester, laureado antes en su país y en América del Sur, al que casi sólo su propia hinchada entendía y amaba.
Hasta mediados de los ´60 los albirrojos, salvo algunos torneos excepcionales con dos equipos de calidad -el de los Profesores en la década del 30 y el posterior de Negri, Ogando, Infante, Garcerón, y Pellegrina- tuvieron campañas signadas por la irregularidad, cuando no por el temor de caer al descenso. No obstante, la B llegaría dos veces y al año siguiente el club ascendería.
En la final del 67 con Racing la falange pincha había llenado las tribunas, al igual que días antes las de la cancha de Boca, cuando derrotó en las semifinales a Platense 4 a 3 casi milagrosamente, con un hombre menos, después de ir perdiendo 3 a 1. Los que no pudieron ir al Gasómetro siguieron por radio la transmisión de José María Muñoz, para encontrarse todos más tarde en las celebraciones callejeras y en la del estadio de 1 y 57.
El equipo llamado luego Tricampeón o, más sencillamente, el Tri tuvo varios líderes. Los caudillos intelectuales, dentro de la cancha, fueron Bilardo y Madero, en menor medida Eduardo Flores y Poletti. Los caudillos pasionales, los que levantaban la tribuna, fueron Pachamé, Aguirre Suárez y Malbernat. Pero el gran ídolo que hacía levitar a la hinchada con sus gambetas de esquiador y sus goles artísticos fue Juan Ramón Verón, la Bruja padre.
El elenco que dirigió Zubeldía no imitó a nadie y nunca más pudo ser imitado, aún cuando su llamado “antifútbol” -defensa estratégica, marcadores que iban al ataque, jugadas del offside, corner con pierna cambiada, presión en toda la cancha- fue copiado después en el mundo entero. Entre otros, por la temible Holanda -la naranja mecánica- de comienzos de los ´70 con la conducción técnica de Rinus Michel, según lo admitió expresamente su entrenador.
Un juego apretado el del Tri, con movimientos de relojería y con los toques de improvisación genial a cargo de la Bruja. La mayor parte de la opinión futbolera cuestionó ácidamente a ese club chico que durante una década zarandeó a todos los grandes. Estudiantes fue el “malquerido”. La prensa metropolitana no dejó de fustigarlo.
Si bien aquel equipo tuvo jugadores magníficos -Madero, Verón, Manera, los tres de pie exquisito- mostraba, sin embargo, menos fútbol que este Estudiantes de hoy, cuyo caudillo y a la vez gran ídolo es la Brujita hijo, Juan Sebastián Verón. Un equipo que ha logrado lo que el otro no pudo: el elogio unánime, el ser considerado como espejo de lo que debe ser un equipo de fútbol.
Hoy la Brujita se encuentra acompañado por una conjunción de jugadores de alto nivel, cuya sola mención exime de comentarios: Desábato, Re, Braña, la Gata Fernández, Benítez, acompañados todos por jóvenes y suplentes imbuidos del mismo estilo futbolístico. Un estilo inculcado por un grande de la década también triunfal del ´80, Sabella, que como técnico transmite hacia el presente y futuro lo mejor de la herencia albirroja.
Zubeldía, Kistenmacher e Ignomiriello marcaron el rumbo, le mostraron una meta lejana a Estudiantes. “Es difícil llegar”, habían advertido. El club los escuchó, les creyó y empezó la marcha. A lo grande se llega por lo más estrecho, a lo más elevado por el sacrificio. Fue hace casi 51 años y Estudiantes sigue avanzando en esa misma dirección.
Fuente: Diario EL DIA
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