martes, 12 de octubre de 2010

Los Profesores

La historia de Los Profesores (por lo bajo uno de los cinco mejores equipos que constan
en el palmarés de Estudiantes) podría narrarse desde las electrizantes corridas de Miguel
Angel Lauri. Dicen que dicen que Flecha de Oro configuró como pocos el arquetipo del
wing capaz de condensar gambeta, sprint y centro-gol en un santiamén. Nació en Zárate,
devino berissense, arrancó como entreala, brilló por la orilla derecha y como todo
profesor del 31 se quedó a las puertas de la vuelta olímpica, pero primero se dio el gusto
en el Souchaux de Francia y después en Peñarol de Montevideo junto a otro pincha
irreconciliable, Horacio Tellechea. De paso: Tellechea fue el primer goleador no
oriental de un campeonato uruguayo. Hablo de 1937.
La historia de Los Profesores, cómo no, también podría contarse desde los furibundos
cañonazos de Enrique Guaita, el Indio, entrerriano devenido italiano y en tanto italiano
gestor de unas cuantas páginas trascendentes.
Para ir llevando, fue el primer extranjero goleador del calcio (28 goles) para la Roma en
la temporada 1934/35) y figura destacada en el seleccionado italiano que ganó la Copa
del Mundo de 1934. De hecho, Italia llegó a la final gracias a un gol suyo, a Austria, en
momentos de lucha áspera y parejona. Si había que asistir, el Indio asistía, pero era
especialmente temible como diagonalero expeditivo. Ya veterano volvió a ponerse la
albirroja pero un buen día anunció su retiro mediante una carta pública o, mejor,
mediante un canto a la ética: explicó, el Indio, que su nivel era insuficiente para honrar
una camiseta tan gloriosa y que, por lo tanto, sentía el deber de dar un paso al costado.
Pero la historia de Los Profesores también podría contarse desde las destrezas de un
compadre de Guaita, el otro entrerriano de esta historia, Alberto Máximo Zozaya. Don
Padilla, bah. Una especie de gacela feroz capaz de rematar con el perfil que fuera
menester y de cabecear, ay, agarrate, como muy contada gente ha cabeceado en la
historia del fóbal. Dicen que la sesera toda de Zozaya era un parietal dispuesto a
despatarrar arqueros a diestra y siniestra. Convirtió el primer gol del profesionalismo
(de cabeza, a Talleres de Remedios de Escalada, en 57 y 1), resultó el Alberto Máximo
goleador de la temporada (con 34, tres más que el Conejo Scopelli), metió cuatro en tres
partidos distintos. Metió tantos y tan bonitos...
Ya que hablamos de Scopelli. La historia de Los Profesores podría contarse desde la
vida de película del Conejo, entreala de voy y vengo en tiempos de mucho insider a la
sombrita. Socio capitalista de Nolo Ferreira, organizador, goleador, precursor del fútbol
total, Scopelli brilló en Estudiantes, integró la Selección en el Mundial del 30, abrió
camino en Portugal y Francia y una vez retirado se fundó a sí mismo como un genuino
librepensador futbolero. Hacer las cuentas: antes de que Valdano hubiera nacido
Scopelli ya había sido director técnico (por ejemplo, de tres seleccionados: primero del
portugués y después del mexicano y del chileno), periodista, asesor, escritor. ¡Hola,
Mister! es un libro de culto.
La historia de Los Profesores, sí señor, podría contarse desandando la biografía de Nolo
Ferreira, caballero y crack en dosis significativas, uno de los mejores futbolistas del
planeta entre finales de los veinte y comienzos de los treinta (de hecho: la prensa
especializada lo escogió para el seleccionado ideal del Mundial del 30) y muy
probablemente el jugador más respetado de la historia del Pincha. Nolo, de zurda
demasiada exquisita como para ser considerado diestro y de diestra demasiada exquisita
como para ser considerado zurdo, cautivó a las tribunas, asombró a la cátedra, gozó de
la amistad de Gardel e inspiró una antológica aguafuerte de Roberto Arlt ("Ferreira
gambetea que es un contento"), un libro, dos tangos, y el merecido tributo de que hoy
lleve su nombre una calle de su Trenque Lauquen natal.
Nolo, escribano de profesión, crack por destino (en la Selección convirtió un gol tan
fabuloso que cuatro policías apostados detrás del arco se bajaron de sus cabalgaduras
para extenderle la mano en señal de felicitación) y tipo íntegro por vocación, fue
conductor, capitán y medida de la excelencia en aquellos Profesores que bien pudieron
haberse quedado con el primer campeonato de la era profesional. Nótese que a un par
fechas del final le meten cuatro goles a Boca (a la postre, el ganador) y quedan a dos
puntos, pero al domingo siguiente caen en la Capital ante Atlanta, que era una suerte de
paria ambulante al que vapuleaba el menos pintado. Se dijo, y con apreciable asidero,
que la misma semana del partido un jugador de Atlanta seapersonó a Ferreira y le
propuso entregarles el partido a cambio de 100 pesos y un traje para cada integrante del
equipo. Indignado, Nolo rechazó el ofrecimiento y le cantó cuatro frescas al aspirante a
sobornado, pero Nolo quedó tan impactado y desalentado que tanto él cuanto sus
compañeros terminaron jugando muy por debajo de sus posibilidades, y chau título.
Sin embargo, mejor mirada la cuestión se puede deducir que el Estudiantes del 31 no
resultó campeón por múltiples factores. Los malos arbitrajes, desde luego, en tiempos
donde los clubes grandes eran favorecidos de un modo tan grosero que el despojo más
evidente de hoy cobraría ribetes de Cartoon Network. Pero acaso también por falencias
defensivas y declinación física e incluso mental. Defender, lo que se dice defender a
ultranza defendían nada más que los cuatro del fondo, porque el volante central (el
uruguayo Ulises Uslenghi, que había llegado a La Plata para jugar al básquet) era muy
baqueano en la distribución certera y elegante pero poco o nada de baqueano en la
recuperación de la pelota. Los otros puntos flojos parecen emanar del siguiente dato: a
ese extraordinario equipo Pincha se le esfuman 10 puntos en los últimos veinte minutos
de nueve partidos.
Así y todo concluye tercero con el asombroso registro de 104 goles a favor y una no
menos asombrosa lista de víctimas: le hace cuatro a goles a Boca, Huracán y Platense
(de ida y de vuelta), cinco a Ferro, Independiente y Argentinos, seis a Atlanta y Racing,
siete a Chacarita y ocho a Ferro y Lanús. Con Lanús, en La Plata, se consuma el primer
abandono de la era profesional. Con veinte minutos por jugarse y la chapa clavada en 8-
0 el capitán granate, Edmundo Piaggio, le ruega al árbitro Luis Martínez que dé por
terminado el partido. Martínez consulta a Nolo, Nolo consiente y esa noche la señora
Piedad duerme en paz.
Esto de un rival que pedía gancho había sido más o menos frecuente en el amateurismo,
pero frecuente, eso sí, con los Profesores, genuino ballet que en el primer torneo con
dinero de por medio establece el mojón de disponer del primer arquero que ataja un tiro
penal (Scandone a Locasso, de River) y del primer jugador que convierte desde los once
metros (Guaita, en la misma tarde), pero que antes que todo, incluso antes que sus
números de fábula, sella dos verdades de apuño. Una: que la santísima trinidad ganar,
golear y gustar es un horizonte deseable y posible. Otra: que no necesariamente la
historia se escribe sólo con los campeones.
Gloria y honor a Los Profesores. Esos sí que regalaban un jogo bonito.

Fuente: Revista Animals!

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